Desde que El Diablo es Diablo, jamás mortal alguno ha cuestionado los términos, el cumplimiento y mucho menos la generosidad de los contratos Luciferinos. Propongamos tres hipótesis:
La primera, cristiana en su premisa, seria la de la Trampa. El Diablo, como era de esperarse, se pasa de listo, le mama gallo al violinista y manda el contrato al mismísimo diablo (¿?).
La segunda, sería obviamente, la de la equivocación: Paganini, por alguna razón, confundido, se equivoca de edificio; entra en las oficinas de la Corporación que no es y firma el contrato con un falso representante del Diablo aquí en la Tierra.
La tercera, y por la que nos inclinamos la mayoria de sus biógrafos, seria la del despilfarro: Nicolo Paganini, muy dado a los excesos, gasta su fortuna sin concierto.
Del valioso violín se sabe que fue recuperado por un hábil empresario bogotano, quien en una subasta de la casa Sotheby en Londres logró hacerse con él mediante una rápida maniobra conocida en el ambiente como “el raponazo,” y quien en el verano del año 2002, en Nueva York, con un músico delirante que merodeaba las plataformas del tren subterráneo de la ciudad, produjo el álbum “Paganini Compraventeado”, éxito discográfico que se mantiene a la cabeza del Hit Parade Internacional.
Dry Martini.
Salud!!!!
(escrituras de un borracho anónimo)